viernes, 3 de septiembre de 2010

Capítulo uno: Procrastinación, el primer mal (I)

Barcelona, 00:25

El hombre sabía que aquella noche iba a morir. Corría al desamparo del jardín botánico de la Ciudad Condal. Ignoraba lo que le perseguía, pero sabía que le perseguían. Y sabía que acabaría atrapado.
La oscuridad llegaba a cada rincón del callejón, y el formidable perseguidor la usaba para ocultarse de la débil presa.
A lado y lado sólo había vegetación, inerte, burlona al parecer de la víctima.
El aire era fresco, húmedo, cortante. Los pulmones del perseguido ardían, pero el hombre no podía dejar de correr, sentía que si paraba moriría. Sabía que moriría de todas formas.
Y de repente, sintió un frío intenso que penetró por su antebrazo y volvió a salir. Se desplomó al suelo. Otra ráfaga de frío le llegó cuando el acero llegó a su corazón.
Sintió como la sangre salía de su cuerpo, abandonándole como le abandonaba la vida.
El asesino le giró, y el hombre pudo ver su rostro. Vio que, a pesar de estar encapuchado, el flequillo color cobre asomaba por la capucha. Pero lo que le impresionó fueron los ojos, profundos ojos de color topacio, pardo amarillento. Esos ojos le absorbían. Sintió cómo su cuerpo se fue paralizando. Dejó de sentir dolor, la paz estaba llegando. No vio luz, vio oscuridad. Pero no una oscuridad tan agresiva como la que había en ése lugar, una paz oscura.
Hielo. Le invadió una sensación de frío, propagándose desde los sitios donde había sido atacado, el corazón, el pecho, el antebrazo. Y empezó a ver, cómo todo lo que había en su alrededor se contorsionaba, cómo se retorcía y desaparecía, cómo la nada afloró ante él.
No luchó, dejó que las sombras lo llevaran, se observó a sí mismo y al segador de su vida.
El asesino le cerró los ojos. El hombre se vio en el recibidor de su casa, vio como todas las personas que había conocido a lo largo de su vida se despedían de él, algunas lamentándolo, otras sin preocuparse. Su familia, sus amigos, todos le sonreían cuando él se iba. Abrió la puerta de su casa, y salió.
Y allí estaba, la paz. La oscuridad, el silencio.
La muerte.

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Sí, es mi "nuevo proyecto" y he decidido ponerlo en el blog, y si debo actualizarlo, cosa que me parece poco probable, lo haré aquí. A ver que tal.

1 comentario:

Ximena Rodero Keller dijo...

Solo tengo una palabra:
Guau.
No sé si se considera una palabra o una onomatopeya, pero para mí, es una palabra (quizás de tanto que la uso cuando comento cualquier cosa que hayas escrito tú).
Me dejas sin palabras siempre que leo algo tuyo, lo sigo en serio. Haces que se me encoja el corazón cuando describes cada momento, cada segundo de lo que sucede...
Sabes de sobra que escribes de maravilla, te lo he dicho y te lo digo otra vez si hace falta: Escribes increíblemente.
Me sorprendes cada día más.
¿Y consideras que esto es en un estado de gripe escritora? Porque para mí esto es un momento de inspiración increíble. A mí me gustaría poder escribir así, aunque fuera en mis mejores días.
Nunca dejes de escribir, Yondy. Es una buena manera de hacerte sentir bien y de expresarte. Además, lo haces genial, ¿qué problema hay?
Y, lo siento, no puedo encontrar ningún fallo en algo que considero que ha dado en el clavo.
Espero que esa "gripe" de la que hables pase rápido, para que escribas más capítulos de esto. Me ha gustado muchísimo.
Saludos.